
Crecemos, nos educamos y nos alegramos cuando conquistamos virtudes: son fuerza, son impulso y facilitan el caminar de cada día.
Entre ellas, la esperanza nos hace conscientes del fin al que estamos llamados y al que podemos llegar. Solo necesitamos mantener fija la mirada en la verdad y el bien que nos determinamos a vivir.
A menudo, estamos muy pendientes de los datos socioeconómicos del momento y nos olvidamos de la belleza infinita de nuestra vocación como padres y educadores. Es cierto que necesitamos responder a las urgencias del momento, pero también es preciso despertar la confianza, reconociendo las posibilidades innatas que poseemos en nuestro interior. Por esto nos permitimos recordar que:
- Somos personas capaces de repensar o reflexionar sobre lo que hacemos, lo que sentimos o anhelamos. La virtud de la esperanza nos ayuda a gustar ahora, anticipadamente, el bien que podemos alcanzar y que está por llegar. Al vivir en esperanza, ya estamos recibiendo el don que Dios nos quiere dar, aunque parezca que no lo poseemos plenamente.
- La esperanza humana se fundamenta en la inmutabilidad de Dios, que siempre es fiel y nos cuida. Nos sostiene la confianza hacia el Padre, que ha resucitado a su Hijo y nos llama a la filiación divina, con capacidad para amar y ser amados.
- Por la singularidad de cada niño y joven, todos tienen posibilidades ilimitadas de crecer y desarrollarse. Somos diferentes y no debemos compararnos con nadie. Cada uno de nosotros va realizando su propio proyecto de vida, que supone: conquista, fuerza de voluntad; capacidad reflexiva racional para asumir con alegría el camino de la verdad; y crecimiento afectivo, que requiere conocimiento y aceptación de sí.
- Cuando hacemos consciente nuestra interioridad, también percibimos un impulso a relacionarnos con los otros. Estamos llamados a la complementariedad y a la comunión con una comunicación profunda, con el deseo de darnos y acoger a los demás, con un espíritu de unidad.
- Insertos en el ámbito social, es preciso educar nuestros sentidos interiores y exteriores. Con sentido crítico, desechamos lo que nos despersonaliza y potenciamos lo que hace que caminemos en autonomía y libertad. Hacemos conscientes lo que sentimos o pensamos, pues nos ayuda a orientar nuestras intenciones, a dar un sentido a todo lo que hacemos. El cambio viene desde adentro, en el cultivo de actitudes que nos conducen a la gratuidad y al compromiso.
Caminamos con esperanza creciente porque nos hemos elegido, familia y colegio, para darnos vida. Las dificultades las asumimos como oportunidades para desplegar lo mejor de nosotros mismos. Cada problemática tiene una solución diferente. Juntos, desde el corazón, nos dejamos moldear: educamos para crecer, superando el simple adiestramiento.
La libertad tiene límites, que asumimos con alegría, pues nos orientan hacia el fin. Padres y docentes vivimos la autoridad como un camino de entrega y servicio. Siempre partimos de la realidad y la valoración positiva. Cada gesto o palabra que nos transmitimos es de ánimo y aliento interior; pues a su vez, nos sabemos movidos por el Espíritu.
Hno. Javier Lázaro sc
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