El corazón en la enseñanza

La educación de calidad supone y exige llegar al corazón.

Solo así podemos superar la inmadurez del «cumplo y miento» y la rigidez de ceñirnos a lo reglamentario o a los resultados, olvidando las relaciones humanas. Lo mismo sucede en la familia: cuando buscamos solo derechos individuales, perdemos el sentido de la entrega, la gratuidad y el compromiso, debilitando nuestra capacidad de alegría.

Desde la concepción, llevamos la grandeza y dignidad de los hijos de Dios. Aunque nacemos «incompletos» y necesitamos ayuda, ya se gesta un proyecto de vida que nos impulsa hacia la plenitud. Estamos llamados a desarrollarnos en todas las dimensiones: biológica, psicológica, social y espiritual. Un crecimiento equilibrado en una dimensión fortalece a las demás; si olvidamos alguna, nos empobrecemos como personas.

  • En lo biológico, las ciencias nos brindan herramientas medibles.
  • En lo psíquico, debemos identificar lo que genera equilibrio y evitar lo tóxico. Aquí es crucial la mirada amorosa de los padres, pues su acogida nos marca de por vida.
  • Lo social es más complejo. Implica interactuar con quienes piensan distinto, y ejercitar la libertad que nos define. La familia, la escuela y el despertar del deseo de ayudar a otros son fundamentales.
  • En cuanto a lo espiritual, es la apertura a lo trascendente, a una relación íntima con Cristo. La oración nos conecta con lo sagrado, permitiéndonos superar nuestros límites y guiarnos por la fe y la caridad, siempre involucrando al corazón.

Familia y escuela compartimos el mismo objetivo: fomentar la vida interior para salir de la superficialidad y de la sociedad de consumo que nos esclaviza. Educamos cuando llegamos al corazón, ayudando a los jóvenes a elegir con madurez y buscar la verdadera alegría. Los valores que asumimos se traducen en actitudes y convicciones profundas, orientadas siempre hacia el bien y la verdad.

La implicación del corazón en la educación es esencial. Nos permite enfrentar las dificultades con esperanza y motivar la superación. La educación no se puede reducir a resultados académicos; su objetivo es prepararnos para amar y vivir en alegría. Los valores deben jerarquizarse según su permanencia y trascendencia.

Nuestros hijos y alumnos necesitan crecer afectiva y espiritualmente para lograr una integración personal, que será decisiva en su proyecto de vida y en la convivencia social.

Hno. Javier Lázaro sc.

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