
La sexualidad es una dimensión constitutiva de la persona, no un accidente o añadido. Somos varones o mujeres, y esta realidad abarca tres aspectos: la afectividad, el ser sexuado y la genitalidad.
La afectividad es un área que debemos desarrollar a lo largo de toda la vida, y está vinculada con el ser sexuado, es decir, ser varón o mujer, lo cual influye en nuestra manera de expresarnos y estar en el mundo. La genitalidad, por su parte, nos recuerda nuestro llamado a la entrega, que debe ser escuchado y discernido desde el corazón.
La sexualidad moldea nuestra identidad y orienta nuestras relaciones con los demás. Se realiza plenamente en la entrega y acogida, tanto en la familia como en comunidad. No se reduce a la actividad genital, sino que afecta cada aspecto de nuestro ser.
La igualdad varón-mujer es mucho más amplia que la diferencia: los genetistas estiman que solo un 3% es distinto. Sin embargo, ese 3% modela todas las dimensiones y cada una de las células del cuerpo. Esa visibilidad genética se manifiesta en las capas más superficiales, pero también llega a la intimidad, a la personalidad, a los rasgos psicológicos, a la manera de sentir, pensar y expresarnos. Esto nos da la posibilidad de relacionarnos y encontrarnos con los otros desde su realidad; todo está ordenado a la comunión. Ya no vivimos para nosotros mismos, entendemos que nos realizamos en el encuentro con los otros, sin dejar nuestro “yo”.
Gracias al otro, distinto de mí, llegamos al conocimiento propio. La masculinidad hace referencia a la feminidad; y la feminidad hace referencia a la masculinidad. Cada uno tiene la posibilidad de potenciar lo mejor del otro. Julián Marías comentaba que hay una similitud con las manos, «podemos juntas porque somos diferentes».
Las mujeres se dejan sorprender por los varones y viceversa: Hay un mutuo engendramiento, que está en función de la calidad de la comunicación en la familia, en la calle, en el trabajo, en la convivencia diaria. Los varones pueden despertar unas cualidades en las mujeres, y al revés también. Por ejemplo, la exactitud y el análisis del varón lleva en la mujer a la analogía y a la síntesis, mientras que la cooperación de la mujer lleva al hombre a dejar la competencia y desarrollar el gusto por lo bello; o bien la influencia de la madre es decisiva en el varón para despertar confianza, aceptación, aprobación, ánimo y admiración, así como el padre genera cariño, comprensión, respeto, valoración y seguridad en las hijas.
Cuando nos damos gratuitamente, sin entender cómo, recibimos de la otra parte algo que necesitamos. Hay virtudes que se vivencian o adquieren en la relación recíproca.
Estar con el otro es una forma de alentar vida en su corazón: es preciso disponernos interiormente para descubrir y acoger, dar y recibir, guardar silencio y escuchar, ofrecer y esperar, acariciar y sostener.
Hno. Javier Lázaro sc.
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