Jesús haz que acoja tu Palabra, que me llena de vida

Lectura:

«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho». Le contestó: «Voy yo a curarlo». Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano» (Mt 8, 6-8).

Meditación:

El centurión era un jefe romano, tenía a su cargo cien soldados. No era creyente, pero cultivaba la compasión hacia sus criados; se preocupaba de su bienestar.

El centurión ve los milagros que hace Jesús y cree en Él; escucha su Palabra y percibe que tiene Vida. Por eso se atreve a pedirle que cure a su criado. Cristo responde con prontitud a su pedido y quiere ir a la casa. Pero el centurión sabe que es pagano, no se cree digno para recibir ese honor; y sabe el poder de la Palabra de Jesús. Entiende que en su Palabra se da Cristo por entero.

Estas Palabras del centurión, las repetimos en cada misa antes de ir a comulgar: “Señor no soy digno…”. Pero es Cristo el que nos santifica y nos hace dignos para venir a nuestro corazón. La Palabra nos prepara para recibir la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo. Necesitamos guardar su Palabra para disponer el corazón.

Oración:

Jesús haz que acoja tu Palabra, que me llena de vida; que al rumiarla se sane mi corazón.

Contemplación:

Me detengo a gustar cómo llega Jesús a mi corazón, su casa, lo sana y lo llena de su paz.

Acción:

Escucho y guardo la Palabra en mi corazón, repitiendo en forma de oración.

Vivo la alegría de la presencia de Cristo.

Hno. Javier Lázaro sc

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