Lectura:
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,37-39).
Meditación:
Jesús nos llama a superar todas las dualidades o divisiones interiores. Si lo queremos seguir, tiene que ser con determinación y radicalidad. Es posible que busquemos decir que amamos a Cristo, pero seguimos viviendo de la misma manera que lo hacíamos antes de conocerlo o escuchar su llamada.
El amor de los padres es bueno, pero llega el tiempo que para madurar precisamos ser nosotros mismos, entregarnos totalmente, cortar con la comodidad o lo que nos es fácil, pues en realidad ya nos atrofia el corazón.
La cruz es símbolo de las cosas a superar, que nos proponen un fin infinitamente superior, de encuentro con Dios y de realización personal. Necesitamos lanzarnos decididos y confiamos en la gracia divina. Es Cristo quien nos llama, quiere que seamos felices, según nuestra grandeza y dignidad.
Oración: Señor, ayúdame a madurar afectivamente y a seguirte con radicalidad.
Contemplación:
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Pongo la confianza en mí mismo y me dejo llevar por el hedonismo…
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Yo te llamo y necesito que estés conmigo… te doy la gracia, confía…
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Quiero seguirte, ayúdame a cortar con la fácil, con…
Acción: Seguir lo arduo y sublime.
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