Lectura: “Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir»” (Mc 12, 42-44).
Meditación:
Dios no mira cuánto damos, sólo quiere que nos entreguemos por entero. Aunque seamos pequeños y parezca que damos poco, cuando nos damos totalmente, nos embellece espiritualmente. Une la ofrenda de nuestro corazón a la suya en la Cruz, así nos presenta al Padre en cada Eucaristía.
En la medida que nos vaciamos de todo, que lo entregamos con generosidad y humildad, Cristo nos llena con los valores del Reino. Para esto, es preciso confiar en su providencia amorosa. Que en todo momento nos cuida y nos infunde el Espíritu de hijos.
Somos generosos cuando generamos vida en nuestro entorno. Pero es preciso entregarnos con todo nuestro ser; cuidado las actitudes interiores, con el deseo de pertenecer solo a Cristo; entonces alcanzamos la plena libertad. Las cosas materiales nos agobian; la amistad con Cristo nos llena de paz y alegría.
Oración: Señor, dame un corazón generoso, sólo te pertenezco a Ti.
Contemplación:
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Soy tan previsor… guardo cosas… que me ciegan y no veo a los hermanos.
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«Yo te recibo… te cuido… entrégame todo y te rodeo de ternura».
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Quiero vivir solo para Ti.
Acción: Darme con generosidad y acoger a Cristo.
Hno. Javier Lázaro sc.
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