Lectura: “En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido»” (Mt 11, 25-26).
Meditación:
Jesús se emociona al hablar con el Padre y ver cómo los sencillos y pequeños comprenden y acogen las cosas del Reino. Cristo en perfecta unidad con el Padre y el Espíritu Santo, no se atribuye el mérito a sí mismo, se lo reconoce al Padre y al Espíritu Santo, aunque Él está entre nosotros. Él mismo empieza dando ejemplo de humildad y sencillez.
La autosuficiencia nos lleva a prescindir de Dios, el creernos sabios o superiores, nos impide acoger los dones del Espíritu y no podemos gustar su amistad. Pero también son un problema los prudentes, que calculan todo, que ven la variable costo beneficio, que no arriesgan y no confían. Seguir a Cristo supone confiar ciegamente y entregarle todo.
La humildad y la sencillez son apertura del corazón para poder establecer la unidad y gustar los bienes espirituales, que en definitiva es lo único que llena nuestro corazón. La vinculación con los otros es profunda cuando parte de nuestro deseo de servirlos.
Oración: Señor, dame un corazón sencillo, que pueda gustar tu amistad.
Contemplación:
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Ignoro que Dios me ama… Trato de ser más que los demás… Me cierro a la gracia.
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Yo te amo y deseo que seas feliz.
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Quiero ser pobre y confiar en Ti.
Acción: Asumir una actitud de apertura.
Hno. Javier Lázaro sc.
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