Lectura: “Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes… Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día… Yo soy el pan vivo bajado del cielo…y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo»” (Jn 6, 44.51).
Meditación:
Cuando no entendemos algo, por la limitación de nuestra razón, buscamos desacreditarlo o negarlo. Frente al amor infinito de Dios, necesitamos aprender a sorprendernos, arrodillarnos, adorar… dejando que el Espíritu nos llene de gozo interior, guiados por la fe. Dios nos ama tanto, que nos da lo más querido a su propio Hijo, que se vez se nos da como comida.
Nosotros solos no podemos hacer nada; siempre necesitamos libremente acoger la gracia divina, la fuerza del Espíritu, para poder corresponder al don infinito. Cuando nos unimos a Cristo, entonces recibimos la vida plena y ya podemos vivir la alegría de resucitados.
Jesús nos alimenta con su Cuerpo; nos da el Pan de Vida, se hace accesible, para que lo podamos acoger y asimilar. En su Palabra nos trasmite el aliento divino y en la Eucaristía nos une a su Cuerpo, que nos hace suyos.
Oración: Señor, haz que viva en comunicación íntima, dame tu Cuerpo.
Contemplación:
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Busco salir de la soledad que siento en lo más íntimo de mi ser…
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«Yo vivo en ti, guarda mi Palabra y come mi Cuerpo, que te abre al encuentro eterno».
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Dame tu Pan de Vida.
Acción: Buscar a Cristo en la Eucaristía.
Hno. Javier Lázaro sc.
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