Lectura: “Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos” (Mt 9, 9-10).
Meditación:
Jesús tiene la iniciativa al llamar a Mateo; aunque sabe que es un “ladrón”, pues roba algo de los impuestos que cobra. Pero a Jesús no le importa nuestra debilidad; lo que realmente quiere es expresar su misericordia; siente una infinita compasión hacia los que estamos caídos,… Pero también conoce como nos rehabita su mirada compasiva y su amor.
Hace falta que confiemos, que le miremos a Él, que seamos humildes y nos dejemos ayudar. Nuestros pecados pasados pueden ser graves, pero no son nada comparados con la ternura del Padre que nos busca y nos da nueva vida. Es preciso salir de las comparaciones y de nuestros cálculos.
Cuando nos encontramos con Cristo, es preciso dejar que todo trascurra por la dimensión del misterio de su gratuidad. Somos llamados porque Él quiere, no por nuestros méritos. Sólo precisamos confiar, dejar que obre en nuestro interior y celebrar con alegría con los hermanos.
Oración: Señor, mírame y transforma mi corazón según tu voluntad.
Contemplación:
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Quedo pensando en mis errores y debilidades… olvido el amor de Cristo por mí.
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«Yo te llamo, deseo que estés conmigo… te envío, vas en mi Nombre».
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Quiero confiar en tu Palabra y ser tu hermano.
Acción: Celebrar el amor de Dios.
Hno. Javier Lázaro sc.
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