Lectura: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso,… Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta» (Mt 13, 3-8).
Meditación:
Antes de sembrar es preciso preparar el terreno, para que la semilla no se pierda y dé fruto. El cuidar el corazón para acoger el Reino es una necesidad. Nuestro error está en pretender recoger la cosecha sin el esfuerzo, sin la vivencia que supone cultivar la afectividad, sin profundizar en la amistad con Cristo y sin apropiarnos de las convicciones que nos deberían motivar.
La dureza del camino, las piedras y las zarzas son algunos de los impedimentos para que la semilla llegue a dar fruto. Que son una realidad por la superficialidad, la falta de constancia y el activismo… impiden que Cristo nos comunique su gracia.
Damos fruto cuando disponemos el corazón para acoger la Palabra y la guardamos como en un útero espiritual. La oración, el tiempo de meditación y la respuesta ardiente del corazón forman parte del proceso del cultivo. Dios siempre nos da la semilla, hace falta que la acojamos.
Oración: Señor, prepara mi corazón para que te reciba y dé frutos.
Contemplación:
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Siento que el Espíritu pone el Reino en mí… pero se pierde.
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«Yo quiero que me recibas y cuides el corazón donde habito».
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Toma posesión de mí. Remuéveme, quiero vivir en conversión.
Acción: Renunciar a la mediocridad.
Hno. Javier Lázaro sc.
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