Lectura: “Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 8-9).
Meditación:
Todos estamos llamados a cultivar la pureza de corazón: poniendo nuestra mirada en Cristo, buscando en forma constante el modo de servir a los otros, descubriendo el cuerpo como morada de Dios, renunciando a las aspiraciones dominadoras sobre los demás, cultivando en el corazón la verdad, purificando la intención generando actitudes interiores de fraternidad, pidiendo al Espíritu el don de la castidad, hablando con sencillez, dejándonos sorprender por la belleza de las cosas simples, protegiéndonos del erotismo, cultivando el pudor y guardando los sentidos…
Trabajamos por la paz en la medida que dejamos reinar a Cristo en nuestro corazón; entonces tendemos puentes de unidad con los demás, perdonamos, sanamos la memoria, expresamos lo positivo de los otros, vivimos en comunión con Dios, acogemos a las personas como hermanos, nos damos a los otros sirviendo.
Los santos son los que viven en la presencia de Dios, muchos ya están en el cielo; nosotros mientras caminamos peregrinos al banquete celestial también podemos anticipar este gozo cultivando en el corazón las bienaventuranzas, el proyecto que nos propone Jesús y que nos lleva al gozo eterno.
Oración: Señor, quiero vivir las bienaventuranzas.
Contemplación:
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Lucho por alcanzar metas de corto plazo… pero siempre estoy vacío.
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«Yo te propongo vivir conmigo, deja que dirija tu corazón».
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Quiero vivir para Ti y servirte con un corazón limpio.
Acción: Reorientar las intenciones de mi corazón.
Hno. Javier Lázaro sc.
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