Lectura: “El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra” (Mt 13, 45-46).
Meditación:
El Reino de Dios se destaca por su belleza y hermosura. A quienes buscamos vivirlo, nos engrandece el corazón, nos llena de luz, de bondad y de gozo; siempre supone amor filial al Padre y vivencia de la fraternidad; estrecha los vínculos, dando libertad a todos; nos abre a la esperanza, pues siempre caminamos hacia la plenitud, que no tiene límite. Supone la participación en la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Al contrario, el reino del mundo nos agobia con sus imposiciones; es algo ficticio y pasajero; nos degrada como personas, nos ciega con lo material y el hedonismo; nos hace creer que somos el centro del mundo, llevándonos a una competencia fratricida.
No podemos servir a dos reinos. El Reino de Dios exige exclusividad, totalidad; por eso en la parábola el comerciante vende todo lo demás. El Reino supone educar el corazón para ser sensibles a las realidades espirituales y no quedar confundidos con las apariencias. Cristo nos ha comprado con su Sangre.
Oración: Señor, solo quiero vivir para Ti.
Contemplación:
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Acumulo cosas, busco prestigio, me dejo llevar por las sensaciones… pero todo me impide aspirar a lo grande.
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«Yo te he elegido y te infundo mi Espíritu… tienes mi vida divina».
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Quiero seguirte y dejarme sorprender por tu amistad.
Acción: Buscar solo a Cristo.
Hno. Javier Lázaro sc.
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