Lectura: “Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna” (Jn 6, 24-25).
Meditación:
La vida personal se realiza en la medida que la entregamos al servicio de los demás, con humildad, con abnegación, en silencio, gratuitamente, dejando obrar al Espíritu, … Sólo entonces surge o brota lo más genuino de nosotros mismos; se hace más patente la vida divina que llevamos en el corazón. Cuando queremos sobresalir ante los demás, quedamos en la superficie, no dejamos germinar la vida de Dios.
El agricultor sabe perfectamente que tiene que enterrar el grano de trigo, para mucho tiempo después recoger los frutos; además necesita preparar el terreno… Nosotros recibimos el principio vital de Dios, pues somos creados a su imagen y semejanza, pero precisamos libremente y amorosamente entrar en comunión con Cristo, que es quien da el crecimiento.
Dejar que el Espíritu obre en nosotros es un camino de conversión, que nos exige apartarnos de la forma de pensar del mundo, somos signos de contradicción, pero con paz en el corazón.
Oración: Señor, solo te pertenezco a Ti, obra en mi corazón.
Contemplación:
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Busco tener éxito según el mundo, sin esfuerzo, pero me siento vacío…
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«Yo Soy el Pan de Vida… necesito el trigo de tu entrega».
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Quiero que me transformes y ser ayuda para otros.
Acción: Darme en silencio.
Hno. Javier Lázaro sc.
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