Señor, eres mi tesoro
Lectura: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo” (Mt 13, 44). Meditación: En este capítulo de Mateo, nos habla de un campo y de sembrar: según dónde caiga la semilla así da fruto, de la semilla de cizaña, del grano de mostaza… Ahora se centra en el campo, que es nuestro corazón y que contiene un tesoro que precisamos descubrir y conquistar. Dios ha puesto su Vida divina en nuestro corazón, pero es preciso acogerla y comprometernos en forma total para que todo tenga sentido. Hacemos muchas cosas inconexas, que nos dejan vacíos. Necesitamos encontrar la vocación a la que Dios nos llama, que nos comprometa al 100% para que nos integre totalmente, que nos permita dejar todos los pasatiempos, las evasiones y la superficialidad. Solo entonces somos felices. El tesoro es Cristo que nos habita y nos llama a vivir radicalmente con Él y para Él. El desposorio con Jesús (como voluntad de entregarnos y acoger su amor) nos llena de alegría. Necesitamos corresponder a su entrega total, con generosidad, con determinación y para siempre. Oración: Señor, eres mi tesoro; ayúdame a conquistar mi corazón. Contemplación: Siento divisiones en mi corazón… no me siento dueño de mí… no sé quién soy. «Yo te doy unidad, te recibo. Mi amistad te da identidad y alegría». Quiero vivir contigo, habitar en tu Corazón. Acción: Cultivar la interioridad y unificar mis afectos. Hno. Javier Lázaro sc.
Señor, quiero ser semilla de tu Reino
Lectura: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles» (Mt 13, 37-39). Meditación: El origen de todo bien es Dios Padre. En forma constante se está dando al Hijo y al Espíritu Santo que a su vez se nos entregan a nosotros. Cristo está sembrando en nuestro corazón y el Espíritu Santo nos da la gracia divina para que todo tenga crecimiento. Pero nosotros libremente, según sea nuestra vida, también somos semilla de Dios o del maligno. Cuando extendemos el bien, la verdad, la paz, la solidaridad con caridad… somos la buena semilla del Reino de Dios. En la medida que elegimos el pecado, la indiferencia, el hedonismo, las riquezas o la fama como un fin… somos del maligno y extendemos la maldad de la cizaña. Pero Dios es Todopoderoso, Cristo ha Resucitado y ha vencido todo mal… al final viene a cosechar, entonces los malos irán al infierno y los que pertenecemos a Cristo gozaremos en el cielo eternamente. Oración: Señor, quiero ser semilla de tu Reino y ser solo tuyo. Contemplación: Siento una división en mí… algunas veces siembro el Reino y otras no. «Yo te he elegido y te unifico, siembra el bien». Quiero seguirte, trabajar contigo y vivir eternamente. Acción: Ser semilla de bondad y caridad. Hno. Javier Lázaro sc.
Señor, Tú eres la Resurrección y la Vida
Lectura: “Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá… Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama»». (Jn 11, 24-28). Meditación: Jesús va a Betania a resucitar a su amigo Lázaro, que hacía cuatro días había muerto; pero primero habla con sus hermanas, pues les tiene que despertar la mirada de fe. Algunas veces llevados por sentimentalismos, otras por supersticiones, reducimos la resurrección final a una idea, cuando en realidad necesitamos que sea una convicción profunda. El crecimiento en la fe necesita una adhesión personal a la verdad, que nuestra razón no alcanza. Es un don del Espíritu; pero además Jesús realiza una tarea pedagógica hablando primero con Marta en forma personal y luego con María. Es en la intimidad donde Dios nos comunica los principios que nos sostienen, para luego celebrarlos en comunidad. Necesitamos docilidad para dejarnos enseñar, asumir que vamos a resucitar, que nuestro destino es eterno, junto al Padre, los ángeles y todos los que han vivido la caridad. Oración: Señor, Tú eres la Resurrección y la Vida. Contemplación: Estoy muy ocupado… no me detengo a pensar en lo eterno, solo busco compensaciones del momento. «Yo Soy la Resurrección… deseo que estés en el banquete celestial eternamente». Quiero vivir eternamente y celebrar tu gloria. Acción: Recordar que soy peregrino al Cielo. Hno. Javier Lázaro sc.
Señor, dame hambre de tu amistad
Lectura: “Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»…«Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»… Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6, 5-11). Meditación: Jesús nos llama a levantar la mirada, a salir de nosotros mismos y ver a las personas; es preciso abrir los ojos de la fe y el corazón de la compasión, para ver más allá de lo que aparece exteriormente, descubrir lo que necesitan interiormente. Las cosas materiales son limitadas y se gastan. La generosidad y la entrega cuando son correspondencia a la vivencia del amor de Dios, se acrecientan y nos permiten llegar a todos. Aunque nos sintamos pequeños, en nuestro corazón tenemos los cinco panes y los dos peces; que en la medida que los ponemos en las manos de Jesús, por la determinación de servir y el compromiso a darnos a nosotros mismos, son Pan de Vida. El prójimo espera a Jesús; no lo sabe pedir, pero siente hambre espiritual; estamos llamados a interpretar su necesidad y llevarlo a su amistad. Oración: Señor, dame hambre de tu amistad y que lleve a otros a tu encuentro. Contemplación: Veo las necesidades y me bloqueo. No he descubierto el tesoro que has puesto en mí corazón. «Yo te elijo para sostener a los otros». Quiero llevar tu esperanza y alegría. Acción: Educar la mirada compasiva. Hno. Javier Lázaro sc.
Señor, no me dejes caer
Lectura: “«¿Cómo es que ahora hay cizaña en él? Él les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo». Los peones replicaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?». «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha,…” (Mt 13, 27-30). Meditación: Dios siembra en nuestro corazón la semilla buena de su Reino (la paz, la alegría, la verdad, la bondad, el perdón…). Pero percibimos otros sentimientos que vienen del maligno y que con frecuencia sembramos nosotros mismos, dejándonos llevar por: la envidia, el creernos superiores a los demás, la ira, fantasías irracionales, la falta de agradecimiento, la pérdida del tiempo, la sensualidad … Todos necesitamos cuidar el corazón; es el seno donde recibimos la vida divina, que nos fecunda. Todos podemos dar frutos buenos y abundantes. Pero cuando percibimos la división interior, es preciso tener paciencia y aceptarnos tal como somos. Reconociendo que somos débiles y necesitamos gracia divina. Hay problemas sociales existenciales, que no compartimos, pero estamos llamados a aprender a convivir; con la certeza de que nos obligan a: ser más fuertes, a crecer afectivamente, a profundizar la formación y a vivir con la certeza de que Cristo tiene la última Palabra. Oración: Señor, líbrame del mal, no me dejes caer en la tentación. Contemplación: Me siento dividido interiormente, hago el mal que no quiero… «Yo Soy tu fortaleza. Ven a Mí, confía. Mi gracia te basta». Quiero vivir para Ti, ayúdame a cuidar mi corazón… dame paciencia. Acción: Rechazar el mal. Hno. Javier Lázaro sc.
Señor, dame vida con tu Palabra
Lectura: «El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno». (Mt 22-23). Meditación: El consumismo y la infinidad de preocupaciones que asumimos no nos dejan vivir la Palabra; son las espinas de nuestro tiempo. Nos inventamos problemas, para no asumir el compromiso de entrega total a Cristo y a su Palabra. Desconfiamos del poder germinativo o del crecimiento del Reino en nuestro corazón. La tierra fértil es el corazón que constantemente está buscando la Palabra, que se recrea escuchando o leyendo, que se sienta a los pies de Jesús para experimentar lo que dice y todos los acontecimientos los discierne según la Palabra. Los frutos son evidentes en: la paz que vivenciamos, la forma de relacionarnos con los otros, en la luz que percibimos en el camino, la comunión que establecemos con Cristo, en el despertar de la caridad, el deseo de entrega y la forma de escuchar a los demás. Oración: Señor, dame vida con tu Palabra y haz que la guarde en el corazón. Contemplación: Leo la Palabra como un trámite, me olvido, no la llevo a la vida. «Yo por la Palabra doy mi aliento… escucha…». Quiero ser dócil y guardar lo que me comunicas. Acción: Recordar la Palabra durante el día. Hno. Javier Lázaro sc.
Señor, enséñame a servir con humildad y generosidad
Lectura: «El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mt 20, 26-28). Meditación: El Reino de Dios se vive y se alcanza siendo servidor, acogiendo el bien que nos dan con humildad y gratitud. Nadie tenemos derecho, nos lo da Dios sin mérito de nuestra parte. El Padre nos da la Vida porque quiere; Cristo nos redime, nos hace sus hermanos sólo porque Él se ha ofrecido voluntariamente, entregándose en la Cruz; el Espíritu Santo nos santifica, nos da su fuerza, porque busca la unidad y la fraternidad. En la sociedad se escalan puestos y se habla de derechos. Pero en el Reino que nos propone Jesús, nos llama a ayudar al otro sin llevar cuenta; a mirarlo siempre con compasión, dándonos y entregándonos. En la medida que asumimos alguna responsabilidad en la familia o en la comunidad, buscamos estar atentos a todos, aceptando a cada uno como es; los amamos con sus debilidades y respetando su libertad. Evitamos toda arrogancia o búsqueda del aplauso, que nos apartaría de la caridad. Oración: Señor, enséñame a servir con humildad y generosidad. Contemplación: Me deprimo cuando los otros no me valoran, me creo superior a los demás. «Yo Soy tu servidor, te llamo a mi Reino para ayudar a los otros». Quiero seguirte sirviendo y buscando solo tu gloria. Acción: Disponer el corazón para acompañar. Hno. Javier Lázaro sc.
Señor, prepara mi corazón
Lectura: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso,… Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta» (Mt 13, 3-8). Meditación: Antes de sembrar es preciso preparar el terreno, para que la semilla no se pierda y dé fruto. El cuidar el corazón para acoger el Reino es una necesidad. Nuestro error está en pretender recoger la cosecha sin el esfuerzo, sin la vivencia que supone cultivar la afectividad, sin profundizar en la amistad con Cristo y sin apropiarnos de las convicciones que nos deberían motivar. La dureza del camino, las piedras y las zarzas son algunos de los impedimentos para que la semilla llegue a dar fruto. Que son una realidad por la superficialidad, la falta de constancia y el activismo… impiden que Cristo nos comunique su gracia. Damos fruto cuando disponemos el corazón para acoger la Palabra y la guardamos como en un útero espiritual. La oración, el tiempo de meditación y la respuesta ardiente del corazón forman parte del proceso del cultivo. Dios siempre nos da la semilla, hace falta que la acojamos. Oración: Señor, prepara mi corazón para que te reciba y dé frutos. Contemplación: Siento que el Espíritu pone el Reino en mí… pero se pierde. «Yo quiero que me recibas y cuides el corazón donde habito». Toma posesión de mí. Remuéveme, quiero vivir en conversión. Acción: Renunciar a la mediocridad. Hno. Javier Lázaro sc.
Señor, dame la libertad para seguirte
Lectura: “Para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: «Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derr“Jesús le respondió: «¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?». Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre»” (Mt 12, 48-50).amaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas…»” (Mt 12, 17-19). Meditación: Nuestros padres son cocreadores con Dios. El día de nuestro nacimiento es un gran acontecimiento y lo celebramos en cada cumpleaños. Hemos heredado el ADN de nuestra familia. Pero Dios, que nos ama desde antes de la creación y nos da la libertad; ahora espera que respondamos cada día a su amor. Esto supone un nuevo nacimiento. El ejercicio de la libertad orientada hacia la verdad, generando las actitudes en el corazón, nos da la identidad, nos vincula con Cristo, que pone en nuestro interior su bondad, nos hace de la familia de Dios. En este sentido, también somos fecundos (somos madres y hermanos), pues despertamos en otros el deseo del Reino. A través de la Palabra y la amistad profunda con Cristo, descubrimos la voluntad de Dios, nuestra vocación y a qué somos llamados. Luego sólo es preciso pasar a la acción, responder con determinación. Oración: Señor, dame la libertad para seguirte y formar parte de tu familia. Contemplación: Espero sentirme bien y que todo me lo den hecho… pero me siento insatisfecho. «Yo te he amado y elegido, solo espero tu respuesta generosa». Dame fortaleza para ser auténticamente libre, siguiendo tu voluntad. Acción: Vivir la alegría de seguir a Cristo. Hno. Javier Lázaro sc.
Señor, haz que te busque con todo mi ser
Lectura: “Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo». Jesús le dijo: «¡María!». Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir «¡Maestro!»” (Jn 20, 15-16). Meditación: María Magdalena busca a Jesús con todo su ser, implica todas sus potencias y en orden: 1°. Sus afectos; ella llora, su corazón está en Cristo, aunque no lo ve; 2° Su voluntad; se mueve, va de un lugar u otro, pregunta; 3° Su inteligencia; piensa que es el jardinero, razona; aunque esta facultad es la más equivocada. En la medida que buscamos a Cristo, sale a nuestro encuentro y se nos manifiesta. Es preciso salir de la pasividad para iniciar el círculo del amor: primero me doy, acojo al otro y genero la unidad con los demás. Es necesario tener la iniciativa. Jesús la llama por su nombre; la amistad genera identidad; cuando sé quién soy, me acepto y puedo reconocer a los demás. Necesito encontrarme con Jesús, reconocerlo como Dios y Hombre, entonces me enseña y se convierte en mi Maestro. Oración: Señor, haz que te busque con todo mi ser y me entregue a Ti. Contemplación: Me siento dividido, te busco con alguna parte de mí y en algunos momentos. «Yo te quiero con todo mi Corazón; doy la vida por Ti». Integra todo mi ser. Eres mi fundamento. Acción: Buscar a Cristo con todo mi ser, siempre. Hno. Javier Lázaro sc.